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Tengo miedo torero de Pedro Lemebel
Tengo miedo torero de Pedro Lemebel

Me tranquiliza asegurar que opino como lector, así que...

Pedro Lemebel fue (sigue siéndolo) uno de los escritores al que más he admirado y disfrutado Lemebel es poesía maravillosamente desvergonzada en estado puro, un manifiesto contracultural que, desde la escritura,  derrama rebeliones.

Según creo, “Tengo Miedo Torero”, es por lejos una novela llena de belleza e inteligencia. Es la historia de amor entre un guerrillero chileno y un gay, metida en el medio del más grande y pretencioso atentado subversivo realizado en Chile.

Pero mejor dejar que Pedro nos introduzca en su historia, así empieza (pg. 7):

 

“…COMO DESCORRER UNA GASA sobre el pasado, una cortina quemada flotando por la ventana abierta de aquella casa la primavera del ’86. Un año marcado a fuego de neumáticos humeando en las calles de Santiago comprimido por el patrullaje. Un Santiago que venía despertando al caceroleo y los relámpagos del apagón; por la cadena suelta al aire, a los cables, al chispazo eléctrico. Entonces la oscuridad completa, las luces de un camión blindado, el párate ahí mierda, los disparos y las carreras de terror, como castañuelas de metal que trizaban las noches de fieltro. Esas noches fúnebres, engalanadas de gritos, del incansable <Y va a caer>, y de tantos, tantos comunicados de último minuto, susurrados por el eco radial del <Diario Cooperativa>.

Entonces la casita flacuchenta, era la esquina de tres pisos con una sola escalera vertebral que conducía al altillo. Desde ahí se podía ver la ciudad penumbra coronada por el velo turbio de la pólvora. Era un palomar, apenas una buhardilla para tender sábanas, manteles y calzoncillos que enarbolaban las manos marimbas de la Loca del Frente. En sus mañanas de ventanas abiertas, cupleteaba el <Tengo Miedo Torero, tengo miedo que en la tarde tu risa flote>. Todo el barrio sabía que el nuevo vecino era así, una novia de la cuadra demasiado encantada con esa ruinosa construcción. Un maripozuelo de cejas fruncidas que llegó preguntando si se arrendaba ese escombro terremoteado de la esquina. Esa bambalina sujeta únicamente por el arribismo urbano de tiempos mejores. Tantos años cerrada, tan llena de ratones, ánimas y murciélagos que la loca desalojó implacable, plumero en mano, escoba en mano rajando las telarañas con su energía de marica falsete entonando a Lucho Gatica, tosiendo el <Bésame mucho> en las nubes de polvo y cachureos que arrumaba en la cuneta…”.        

Horacio Esber      

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