Textos de Otres

Leer a Chatwin (Opinión)
Leer a Chatwin (Opinión)
Leer a Bruce Chatwin, el último poeta nómade, por Diego Alfaro Palma

Pocas veces leí a un escritor tan intrépido como Bruce Chatwin. Dicen que su fama se debe a que nunca se separaba de su mochila. Tenía el don de buscar historias donde probablemente nadie las había buscado, dentro de una sopa, entre los visillos de las ventanas o debajo de las patas de un caballo. Tomaba notas día y noche e incluso es probable que mientras dormía. Si te lo topabas en algún lugar del mundo, lo más seguro es que se sentaría junto a ti con un cuaderno abierto y un lápiz, haría dibujos, escribiría nombres y lugares, direcciones. Luego haría lo imposible para llegar hasta esos nombres y lugares.

Quien heredó la mochila de Chatwin fue el director de cine Werner Herzog. El alemán le dedicó uno de los documentales más emotivos a los que uno pueda asistir. Por esas cosas de la vida, ambos se encontraron en diversos momentos alrededor del globo. Pero Herzog no era Chatwin, siempre le admiró esa capacidad movediza, esa manera de embelesar a la gente y dar con un destino que parecía inexistente. Es por eso que a ese documental lo llamó Nomad. Es probable que Chatwin, junto con los pueblos del desierto del Gobi y de las estepas siberianas, haya sido uno de los últimos nómadas que pisó la tierra.

En la Patagonia es uno de esos libros que ejercen la necesidad inmediata de abandonar el espacio de comodidad. Es la crónica de un viaje a pie alrededor de ese inmenso caudal de relatos inconclusos que es el fin del mundo. En 1974, el joven Bruce decidió llegar hasta ahí buscando la historia de su tío Charley, un marino y buscavidas que lo ganó todo en las haciendas ovejeras de Tierra del Fuego, para luego perderlo casi todo. Charley, entre un sin fin de oficios, tuvo por honor descubrir el cadáver de un milodón conservado en excelente condiciones, en la famosa cueva que hoy lleva el nombre de ese animal prehistórico, a 17 kilómetros de la ciudad de Puerto Natales. Yo estuve ahí hace ya varios años, un invierno en el que los árboles se vistieron de estalactitas, logrando ver la escultura de la bestia acechante y la inmensidad de ese espacio que por milenios sirvió de refugio para hombres y seres de otro tiempo.

A Chatwin le valió un viaje larguísimo dar cuenta de la verdadera narrativa patagónica, que no es para nada la que venden hoy las agencias de turismo. En ese territorio que aún sigue siendo salvaje, el viajero dio con los resabios de la colonización galesa, la cacería de los Selk’nam, el fin trágico de los anarquistas, el campo de concentración de Isla Dawson, la fortuna de un tal José Menéndez, la brujería de Chiloé, la debacle del Orélie-Antoine (el mítico rey de la Araucanía), la altanería de los pistoleros Butch Cassidy y Sundance Kid, y un sin fin de anécdotas tan vívidas, que pareciera que Chatwin está arrimado a una roca, sentado junto a nosotros, mientras a lo lejos una montaña es cubierta por nubes.

De mis favoritas, guardo con cariño el encuentro del narrador con una mujer en Tierra del Fuego que se dedicaba a crear el jardín más austral del mundo, luego de haber ejercido esa labor en los lugares más inhóspitos y haber hecho de su vida una oda a la libertad. Otra maravillosa es la de Thomas Bridges, quien se dedicó durante años a recopilar las palabras del idioma yámana antes de que este desapareciera; Chatwin anota algo importante sobre la palabra que da origen a ese pueblo: “Utilizado como verbo, yámana significa ‘vivir, respirar, ser feliz, recuperarse de la enfermedad o estar en sus cabales. Como sustantivo significa ‘persona’, por oposición a los animales”.

Chatwin recorrió y escribió la Patagonia cuando Chile comenzaba a estar en manos del dictador Pinochet, y cuando Argentina se aprestaba a su temporada en el Infierno. En medio de eso, cargando su mochila hizo de esa travesía una oreja que oye incluso el pulso diminuto del liquen. Sólo estirando su dedo pulgar y teniendo la paciencia de los viajeros, pudo dar con el origen de las historias más brutales, salvajes y poéticas de ese territorio poblado de teorías, utopías y lenguas que ya no existen. Lo otro, era ser intrépido, doblegar el temporal, la pulmonía y la muerte -que son lo mismo-, los dioses errabundos, y si los vientos eran favorables, secar la ropa en una estancia perdida, junto a la cocina a leña, con un vaso de aguardiente al momento mismo en que alguien quiso confesar el por qué de un naufragio, de un escape de una cárcel, de un contrabando, o decir que los fantasmas hablan a través de la boca de los vivos.

Bruce Chatwin (1940 1989) Obra: En la Patagonia; El virrey de Ouidah; Colina Negra; Los trazos de la canción; Utz y ¿Qué hago aquí?

IG: @Diego.Alfarop

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