Textos de Otres

Mundo submarino (Crónica)
Mundo submarino (Crónica)
Mundo Submarino, Crónica por Diego Alfaro Palma

Apoltronarse frente al televisor los sábados por la mañana para ver El mundo submarino de Jacques Cousteau. El niño que realizaba este ritual le encantaba enterarse de lo que había abajo en el océano, conocer historias de naufragios o de pueblos perdidos. El señor Cousteau recorría el mundo sobre un barco llamado Calipso, junto a su familia y su tripulación. El niño incluso tenía los fasciculos de una enciclopedia hecha por el explorador francés y en donde podía verse una ilustración con el interior de la nave: a un lado los camarotes, a otros los laboratorios, sobre la cubierta el pequeño submarino amarillo y un helicóptero. Qué maravilloso debía ser recorrer los trópicos y los polos en aquel laboratorio flotante, enfrentando oleajes monumentales, descubriendo nuevas especies, instigando a Estados y mandatarios a tomar medidas.

Ahora que ha pasado el primer párrafo puedo decir que ese niño era yo y que el maestro Cousteau era un héroe infantil, como hoy lo son algunos cerdos animados o perros de color celeste para las y los niños de hoy. En ese sentido mi generación tuvo suerte, veíamos programas en donde personas de carne y hueso recorrían el globo o filmaban animales en enormes expediciones; que yo sepa nadie salió traumado por eso. Lo importante es que dejaron el bichito de la aventura, una aventura que uno termina realizando en la escala de sus posibilidades y sin tripulación, o al menos una más pequeña que la de Cousteau. Y hace unos días cumplí con mi cuota de homenaje al zambullirme en el mundo submarino.

La gente suele tener miedo al respecto. Soy una persona nerviosa, pero no percibí miedo, tal vez por la confianza que el equipo de buceo de Yunco nos entregó a Claudia y a mí o porque creí que era algo tan natural como escalar una montaña. Les digo: abajo el universo es tan bello como el de aquí arriba. Mientras en nuestra atmósfera los pájaros escapan si nos intentamos acercar a ellos, allá en lo profundo los peces te reciben con miradas de simpatía, como si dijeran "hola, chaval, enhorabuena"; algunos se te acercan o andan por ahí en lo suyo. En sí hay paz, esto también posibilitado a la condición de reserva de la naturaleza que posee la Isla Chañaral, frente a la Caleta Chañaral de Aceituno. Y vuelvo a repetir, abajo hay paz, estrellas y soles de mar enormes, camarones que se acercan a tu mano, ctenóforos que brillan, babosas de colores y algas que se mueven en cámara lenta. La luz y los colores son distintos, tu cuerpo es distinto y la percepción se traduce en sorpresa y maravilla. Con razón Cousteau gozaba tanto esas inmersiones y quería traernos esas imágenes, para que vislumbráramos el lugar menos conocido de nuestro planeta. Estoy seguro de que si tan solo acercáramos a los niños y niñas del mundo allá abajo, ganaríamos una generación.

Tal vez mi único miedo al bajar es que podía encontrarme con el material de mis sueños. Y es así, porque mis sueños siempre transcurren debajo del mar, con ballenas o medusas, y aunque las ballenas Finn anduvieran dando vueltas a la isla ese día, me intrigaba entrar a esa zona de mi inconsciente. Al dormir se reitera cada cierto tiempo esta experiencia: estoy en el océano solo y debo adentrarme a él sin motivo aparente; o voy caminando junto a la costa y veo cetáceos moviéndose o me encuentro con el ojo de uno de ellos que me observa. Quizás por eso mi primera inmersión tuvo algo de onírico: andaba en el agua como dentro de un sueño.

No sé mucho de la biografía de Cousteau, sé que ahora último han salido varias películas y documentales sobre su persona. Las veré a su debido momento. Por ahora quiero volver en cuanto pueda a la fosas o al menos aprender a moverme a unos diez metros de profundidad, puesto que siento que allá hay una poesía que acá parece domesticada o una manera distinta de convivir con la naturaleza que no está dentro del perímetro cotidiano, pero que igualmente vive su amenaza, quizás la peor de todas por esa mezcla letal de desconocimiento y avaricia. Si tan solo viéramos más de las profundidades es posible que tendríamos menos guerras, arribismo y más respeto por ese gran cerebro azul que es el mar, ese cerebro que constantemente nos piensa.


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Diego Alfaro Palma

http://diegopersonae.wordpress.com

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