Libros de Otres
La escritura del Trauma: Reseña por Yhonais Lemus
Las tres mitades del Trauma
Autor: Federico Luis Baggini
Género: Poesía breve
Editorial: Autogestora
Canción de Bruma. De Santi Balmes (Principal de los Libros, 2017. España.)
Reseña por Flor Soler
Roberto Fontanarrosa (1997) “Los trenes matan a los autos” Ediciones De la Flor – Buenos Aires Argentina.
Intentar reseñar a Fontanarrosa es, para mí, por poco una falta de respeto. Porque su escritura, su registro de los hechos y la manera de ponerlos a la mano, impiden demorar la lectura de lo que él nos legara. Acá dejamos uno de los cuentos que integran este libro de 214 páginas imperdibles, editado en 1997 por la entrañable Ediciones de la Flor.
Horacio Esber
Marcela Meroni (2019) Otros mundos, después, Halley Ediciones, Buenos Aires.
Me tranquiliza asegurar que opino como lector, así que...
Sandro Barrella (2019) “Villa Santa Rita o el libro de los pasajes” Caleta Olivia – Buenos Aires.
Villa Santa Rita o el libro de los pasajes, es un viaje…
Me tranquiliza asegurar que opino como lector, así que...
Paul Beatriz Preciado (2019) “Un apartamento en Urano – Crónicas del cruce” Anagrama. Barcelona.
Paul B. Preciado es quien es, se define a sí mismo declarando que es un disidente del “sistema sexo-género.
Me tranquiliza asegurar que opino como lector, así que...
June Jordan (2019) “Cosas que hago en la oscuridad” Bajo la Luna Poesía. (Edición bilingüe)
Vengo insistiendo con la poesía y las poetas, no sé, a lo mejor sea la influencia de mi amigues poetas, Diego Alfaro Palma, Soledad Manín o Sandro Barrella. Hoy traigo a June Jordan, la poeta norteamericana que era negra, bisexual y feminista. Fue en los 60’s que su obra rupturista alimentó los derechos de las consideradas “minorías disidentes”.
Me tranquiliza asegurar que opino como lector, así que...
Mariana Kruk (2014) “abrileando” Cacto Editorial.
Mariana Kruk (2018) “Bisagra” azulfrancia.
¿Por qué dos libros de poemas de la misma autora, en una misma entrega?, porque hay cuatro años de diferencia entre uno y el otro, y entonces se puede escuchar en la voz de la poeta un mundo de transiciones, a lo mejor intencionadas, acaso no. Así, volás cuando leés: “la guarida de tus besos” y aterrizás más tarde escuchándote repetir la palabra escrita: “nada hay más perturbador que el deseo”.
Me tranquiliza asegurar que opino como lector, así que...
Virginia Feinmann (2018) “Personas que quizás conozcas” - Editorial emecé.
Cuando supe de este libro, me dijeron que se trataba de micro relatos. Sin embargo descubrí que, aunque cierto, están tan bien encadenados que dan la impresión de ser una historia continua. El absurdo de cada quién, los olores recordados, el dolor que no se va. La tristeza, al mismo tiempo que la alegría. Es decir: Virginia Feinmann tiene la capacidad de recrear la magia de lo cotidiano como si fuera un solo de guitarra -acústica, eso sí-.
Me tranquiliza asegurar que opino como lector, así que...
Sofi Oksanen (2011) “Purga” Narrativa Salamandra
En tiempos donde las violencias contra las mujeres pierden invisibilidad, esta novela viene para abordar la que acaso sea la forma más burda y, al mismo tiempo, más silenciada por quienes de uno u otro modo sacan provecho de ella, me refiero a la trata de mujeres con fines de explotación sexual. Porque no solo son los proxenetas los que se aprovechan, sino que también, con pretendida inocencia, los varones prostituyentes, quienes se amparan en el pago de un precio a cambio de sexo.
Sofi Oksanen, muestra con maestría la desesperación de Zara para escapar de la red de trata rusa, la extraña solidaridad que encuentra en su huida y también el abuso, la desconfianza y una increíble fuerza propia para recuperarse del terror vivido.
Dejo un breve párrafo para tentar la lectura.
Horacio Esber
Pg. 297:
“…La anciana abrió las cortinas extendió un periódico sobre la mesa y colocó al lado de su taza de café, como si estuviese leyendo el Nelli Teataja y desayunando tranquilamente. ¿Habría quedado alguna huella de Zara en la cocina? No, nada. Aliide ni siquiera había tenido tiempo de poner la mesa para las dos. Que viniesen, que viniesen todos, los esbirros de los mafiosos, los soldados, los rojos y los blancos, los rusos, los alemanes y los estonios, que viniese cualquiera. Aliide se las arreglaría. Siempre lo había hecho…”
Me tranquiliza asegurar que opino como lector, así que...
T. S. Eliot (2008) “Poesías Reunidas 1909-1962” Alianza Literaria
Tengo que reconocer que se me hace extremadamente difícil encontrar las palabras justas para describir lo que pasa cuando lees a T.S. Eliot, quizá uno de los poetas universales imprescindibles…, por eso, mejor, leámoslo a él. Aquí un breve fragmento para introducir su lectura.
Horacio Esber
Pg. 199:
“…¿Cuál iba a ser el valor de lo largamente deseado,
La calma tan largamente esperada, la serenidad otoñal,
y la sabiduría de la vejez? ¿Nos habían engañado,
o se habían engañado ellos, los ancestros de tranquila voz,
legándonos simplemente una receta para el engaño?
La serenidad, sólo un deliberado atontamiento,
La sabiduría, sólo el conocimiento de secretos muertos
Inútiles en la tiniebla en que escudriñaban
O de que se apartaban los ojos…”
Me tranquiliza asegurar que opino como lector, así que...
Colson Whitehead (2017) “El Ferrocarril Subterráneo” Literatura Random House
El Ferrocarril Subterráneo es una de esas novelas que, al terminar, te deja varios días pensando. No es posible quitarse de la cabeza a Cora, mejor dicho, la vida de Cora, su protagonista principal.
Hace unos años un buen amigo supo referir, en medio de su llamada telefónica desde un pequeño pueblo caribeño:
-Horacio, es increíble, soy el único blanco en un pueblo de negros.
Nunca pude hacerle entender que aquella expresión era profundamente racista. Recordé el episodio apenas empecé a leer esta historia que nos trae Colson Whitehead, escritor norteamericano que ha recibido varios premios por esta obra. Escrita de modo sencillo, penetra en lo profundo de las emociones al mostrar sin medias palabras toda la absurda crueldad que provoca la ignorancia humana.
Un párrafo de la página 39 basta para demostrarlo:
“…La música cesó. El corro se rompió. A veces una esclava se perdía en un breve torbellino de liberación. Bajo el influjo de un súbito ensueño entre los surcos o mientras desentrañaba los misterios del sueño matinal. En medio de una canción, una cálida noche de domingo. Entonces, siempre, llegaba: el grito del capataz, la llamada al trabajo, la sombra del amo, el recordatorio de que la esclava solo es ser humano un minúsculo instante en la eternidad de su servidumbre…”
Horacio Esber
Me tranquiliza asegurar que opino como lector, así que...
Pedro Lemebel fue (sigue siéndolo) uno de los escritores al que más he admirado y disfrutado Lemebel es poesía maravillosamente desvergonzada en estado puro, un manifiesto contracultural que, desde la escritura, derrama rebeliones.
Según creo, “Tengo Miedo Torero”, es por lejos una novela llena de belleza e inteligencia. Es la historia de amor entre un guerrillero chileno y un gay, metida en el medio del más grande y pretencioso atentado subversivo realizado en Chile.
Pero mejor dejar que Pedro nos introduzca en su historia, así empieza (pg. 7):
“…COMO DESCORRER UNA GASA sobre el pasado, una cortina quemada flotando por la ventana abierta de aquella casa la primavera del ’86. Un año marcado a fuego de neumáticos humeando en las calles de Santiago comprimido por el patrullaje. Un Santiago que venía despertando al caceroleo y los relámpagos del apagón; por la cadena suelta al aire, a los cables, al chispazo eléctrico. Entonces la oscuridad completa, las luces de un camión blindado, el párate ahí mierda, los disparos y las carreras de terror, como castañuelas de metal que trizaban las noches de fieltro. Esas noches fúnebres, engalanadas de gritos, del incansable <Y va a caer>, y de tantos, tantos comunicados de último minuto, susurrados por el eco radial del <Diario Cooperativa>.
Entonces la casita flacuchenta, era la esquina de tres pisos con una sola escalera vertebral que conducía al altillo. Desde ahí se podía ver la ciudad penumbra coronada por el velo turbio de la pólvora. Era un palomar, apenas una buhardilla para tender sábanas, manteles y calzoncillos que enarbolaban las manos marimbas de la Loca del Frente. En sus mañanas de ventanas abiertas, cupleteaba el <Tengo Miedo Torero, tengo miedo que en la tarde tu risa flote>. Todo el barrio sabía que el nuevo vecino era así, una novia de la cuadra demasiado encantada con esa ruinosa construcción. Un maripozuelo de cejas fruncidas que llegó preguntando si se arrendaba ese escombro terremoteado de la esquina. Esa bambalina sujeta únicamente por el arribismo urbano de tiempos mejores. Tantos años cerrada, tan llena de ratones, ánimas y murciélagos que la loca desalojó implacable, plumero en mano, escoba en mano rajando las telarañas con su energía de marica falsete entonando a Lucho Gatica, tosiendo el <Bésame mucho> en las nubes de polvo y cachureos que arrumaba en la cuneta…”.
Horacio Esber
Me tranquiliza asegurar que opino como lector, así que...
Si hay una escritora que hace rato merece el Nobel, esa es Joyce Carol Oates. Agua Negra (Editorial Tiempos Modernos) fue la primera novela que leí de ella; fue una recomendación de Héctor Lastra.
Joyce, con el lenguaje directo que la caracteriza, te mete de una y sin concesiones en la historia de una chica que se muere. Son los segundos previos a esa muerte, en los que su vida la atraviesa. Ella sabe: ya no escapará de la cabina de aquella camioneta que se hunde irremediablemente en el río.
Como siempre, va un párrafo (pgs. 84/85), y por favor, déjense tentar:
“…Estaba sola. Él había estado con ella y se había marchado y ahora estaba sola pero él desde luego iría a buscar ayuda.
Trastornada por no saber desde el primer momento dónde se hallaba, que clase de lugar opresor y hermético era ese, que clase de oscuridad, por no saber qué había ocurrido al haber sido de un modo tan repentino como una escena rápida y borrosa vislumbrada a través de una ventanilla en movimiento, y además tenía sangre en los ojos, sus ojos abiertos de par en par y aun así ciegos, su cabeza en la que una arteria latía con fuerza allí donde el hueso estaba roto, sabía que lo tenía roto y estaba convencida de que por esa fisura el agua negra penetraría para extinguir su vida a menos de que encontrara una manera de escapar a menos que… él desde luego regresará para ayudarme…”.
Horacio Esber